
Pero
hete aquí que algunos confunden lo público con lo privado y piensan que el
despacho es suyo. Hay casos en que eso, aunque erróneo, encaja a
las mil maravillas con las ideas que defienden, pues si creen que un territorio
es suyo, de su propiedad, cómo no lo van a ser 40 metros cuadrados
de ese territorio. Y, entonces, como la concejal de CiU del distrito de
Horta-Guinardó, Francina Vila, colocan en el despacho una bandera no oficial, la bandera de la
estrella solitaria del separatismo, como si fuera el balcón de su domicilio particular.
La confusión de las esferas de lo
público y lo privado ha tenido, en los despachos, algunos conocidos
precedentes, como las técnicas relajantes practicadas por Bill Clinton con la
activa complicidad de una solícita becaria en el famoso despacho oval de la
Casa Blanca, transformado por unos minutos en
un motel de carretera, o la costosa remodelación, a cargo del contribuyente, de
los despachos de esa inolvidable pareja, Mayol-Saura…
¿Qué fue de ellos?... en espacios feng
shui aptos para las más trascendentes meditaciones.
En el caso de nuestro nacionalismo aborigen, más que de una confusión,
deberíamos hablar de una extensión o proyección de lo privado a lo público, pues en la cabeza de los actores de esa maniobra expansiva habita la
certeza de que su acto es compartido y aprobado por todo el mundo, que sus
sentimientos de pertenencia son universales y que nadie que no los experimente
en igual forma merece representación política. Su despacho es, pues, una mera
prolongación de su vestidor o de su cuarto trastero. Eso sí, sus retribuciones
hacen el camino inverso, van de las arcas
públicas a sus bolsillos privados.
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