sábado, 7 de septiembre de 2013

Crónica patánica Despachos y oficinas



Lo primero que hace alguien que toma posesión de un despacho es colocar en la mesa de trabajo una foto enmarcada de su familia, mascota incluida: un gracioso westhighland de pelaje blanco. En realidad es lo único que debería hacer en cuanto a la decoración del mobiliario, si se trata de un cargo electo, pues el despacho no es suyo sino de la ciudadanía que lo paga, lo mismo de quienes le han votado que de quienes no. Y su ocupación es temporal, una suerte de inquilinato.

Pero hete aquí que algunos confunden lo público con lo privado y piensan que el despacho es suyo. Hay casos en que eso, aunque erróneo, encaja a las mil maravillas con las ideas que defienden, pues si creen que un territorio es suyo, de su propiedad, cómo no lo van a ser 40 metros cuadrados de ese territorio. Y, entonces, como la concejal de CiU del distrito de Horta-Guinardó, Francina Vila, colocan en el despacho una bandera no oficial, la bandera de la estrella solitaria del separatismo, como si  fuera el balcón de su domicilio particular.

La confusión de las esferas de lo público y lo privado ha tenido, en los despachos, algunos conocidos precedentes, como las técnicas relajantes practicadas por Bill Clinton con la activa complicidad de una solícita becaria en el famoso despacho oval de la Casa Blanca, transformado por unos minutos en un motel de carretera, o la costosa remodelación, a cargo del contribuyente, de los despachos de esa inolvidable pareja, Mayol-Saura… ¿Qué fue de ellos?... en espacios feng shui aptos para las más trascendentes meditaciones.

En el caso de nuestro nacionalismo aborigen, más que de una confusión, deberíamos hablar de una extensión o proyección de lo privado a lo público, pues en la cabeza de los  actores de esa maniobra expansiva habita la certeza de que su acto es compartido y aprobado por todo el mundo, que sus sentimientos de pertenencia son universales y que nadie que no los experimente en igual forma merece representación política. Su despacho es, pues, una mera prolongación de su vestidor o de su cuarto trastero. Eso sí, sus retribuciones hacen el camino inverso, van de las arcas públicas a sus bolsillos privados.

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