
Con la
comercialización de relojes que dan la hora catalana, aunque ignoramos el éxito
del producto, no bastaba. Ni siquiera con la filmación, a cargo del erario
público, de películas porno rodadas en catalán con la señorita Lapiedra como starlette del séptimo arte (folla’m ara mateix/ té, meuca, posa’t a
quatre grapes). Faltaban, cómo no, los profilácticos a nuestra cita
identitaria y soberanista.
No hay que
ser un lince para intuir de dónde ha salido el dinero de los condones
patrióticos… visto que los reparten los chicos de CDC, y atendiendo al modelo
de financiación diseñado por sus mayores, conectado al lirismo sinfónico y
arrebatado del Palau de la Música. Quizá los
condones lleven incorporado un micro-chip musical que se activa en el momento de mayor efusión del abrazo amoroso,
y suenen entonces las notas de Els
Segadors. Ese gag ya está
inventado y los hay que, en la fase culminante del acoplamiento, adornan los
oídos de los amantes con el himno del Barça.
Para vivir
plenamente en catalán era imprescindible follar en catalán, cuando menos, en su
dimensión simbólica, pintando la banderita de marras en el gomoso fuselaje del
condón. Pero… el lío está servido. Años atrás, la cartelería de Estat Català, con el aditamento de unas
declaraciones de Marta Ferrusola, nos instaban a hacer hijos étnicamente puros:
Fem fills catalans… tres para ser más
exactos, según la sugerencia de la que fuera primera dama durante décadas.
Se trataba
de asegurar el deseable relevo generacional, de traer al mundo futuros
luchadores por la libertad de la patria en un ambiente hostil a la
supervivencia del grupo: baja natalidad por un lado, y, por otro, afluencia desbocada
de inmigrantes. Elementos ambos que podrían suponer la fatídica desnaturalización
de nuestra cultura y vida tribales. Pero claro, descendencia, fem fills, y anticoncepción, o
preservativos estrellados, no fem-los,
no casan del todo. Son dos términos antitéticos.
En fin… Póntelo, pónselo… es decir… Posa-te’l, posa-li.
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