
A nivel
colectivo, sucede algo parecido con la Cataluña que sueñan los nacionalistas. La senda
iniciática es larga, errática, y el itinerario no aparece nítidamente definido
en el GPS. Nos han dicho que éramos
Québec, islas Fidji, Escocia, y, sucesivamente, Lituania, Letonia y Estonia,
pero también Eslovenia, Montenegro y Kosovo, desviando el foco de las analogías
nacionales del Báltico al Adriático. Y homologables a Holanda, e incluso, la
noche y el día, a Sudán del Sur. Pero, acabáramos, con motivo de la
incorporación de Croacia a la UE ,
la semejanza de última hora está servida. Croacia es un país chiquitito
como Cataluña, dice Artur Mas, donde se vive muy bien, pues en los países
pequeños la calidad de vida es una maravilla… véase Austria, Luxemburgo o,
mismamente, Sierra Leona, donde los señores de la guerra trinchan a machetazos
a la población civil que es un contento.
La plenitud
nacional de la Croacia
moderna ha estado marcada por dos Ante,
tras desmembrarse la doble monarquía austro-húngara al finalizar la Primera Guerra Mundial, y al
separarse de la antigua Yugoslavia en los años 90 del pasado siglo. Ante
Pavelic fue el primero, el ban pro-nazi de Croacia, coleccionista de ojos
humanos que los sanguinarios ustachá extraían
a sus víctimas y que el sujeto guardaba en su despacho. Trofeo que mostraba
ufano a las visitas, según nos cuenta Curzio Malaparte en Kaputt. Y el otro, Ante Gotovina, general croata acusado de
crímenes de guerra, pues las matanzas al por mayor no fueron sólo cosa de los
serbios.
El riesgo
de buscar paralelismos identitarios por doquier reside en que, de tanto buscar
un referente, te hagas con la picha un lío, te olvides de ti mismo y acabes
forjando una personalidad difusa y desdibujada, con poca sustancia y nulo
interés. ¿Tendrá Mas en la mollera qué figuras nativas darán la réplica a
Pavelic y Gotovina en su Cataluña de bolsillo e inspiración balcánica?
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