jueves, 1 de agosto de 2013

Croacia, mon amour o la patética reacción de Artur Mas con motivo de la incorporación de Croacia a la UE

Los adolescentes buscan un referente al que ahormar su conducta y personalidad. Un espejo donde mirarse, salvo que sueñen con imitar al conde Drácula, pues es sabido que los espejos no reflejan la imagen del vampiro. Los chicos tienen esa necesidad de afirmarse y buscan un modelo allá donde sea con la perseverancia de un alquimista tras la piedra filosofal. Unos quieren ser como su estrella de rock favorita. Otros suspiran por un actor de cine. Los hay que prefieren a futbolistas de fama mundial. Paciencia, descubrirán con el tiempo que el carácter no se forja de una vez y para siempre, si no que se construye día a día y que el resultado casi nunca es satisfactorio. Y mucho consigue quien asume, a la vuelta de los años, que se ha quedado en un simple patán.

A nivel colectivo, sucede algo parecido con la Cataluña que sueñan los nacionalistas. La senda iniciática es larga, errática, y el itinerario no aparece nítidamente definido en el GPS. Nos han dicho que éramos Québec, islas Fidji, Escocia, y, sucesivamente, Lituania, Letonia y Estonia, pero también Eslovenia, Montenegro y Kosovo, desviando el foco de las analogías nacionales del Báltico al Adriático. Y homologables a Holanda, e incluso, la noche y el día, a Sudán del Sur. Pero, acabáramos, con motivo de la incorporación de Croacia a la UE, la semejanza de última hora está servida. Croacia es un país chiquitito como Cataluña, dice Artur Mas, donde se vive muy bien, pues en los países pequeños la calidad de vida es una maravilla… véase Austria, Luxemburgo o, mismamente, Sierra Leona, donde los señores de la guerra trinchan a machetazos a la población civil que es un contento.

La plenitud nacional de la Croacia moderna ha estado marcada por dos Ante, tras desmembrarse la doble monarquía austro-húngara al finalizar la Primera Guerra Mundial, y al separarse de la antigua Yugoslavia en los años 90 del pasado siglo. Ante Pavelic fue el primero, el ban pro-nazi de Croacia, coleccionista de ojos humanos que los sanguinarios ustachá extraían a sus víctimas y que el sujeto guardaba en su despacho. Trofeo que mostraba ufano a las visitas, según nos cuenta Curzio Malaparte en Kaputt. Y el otro, Ante Gotovina, general croata acusado de crímenes de guerra, pues las matanzas al por mayor no fueron sólo cosa de los serbios.


El riesgo de buscar paralelismos identitarios por doquier reside en que, de tanto buscar un referente, te hagas con la picha un lío, te olvides de ti mismo y acabes forjando una personalidad difusa y desdibujada, con poca sustancia y nulo interés. ¿Tendrá Mas en la mollera qué figuras nativas darán la réplica a Pavelic y Gotovina en su Cataluña de bolsillo e inspiración balcánica?  

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