Me toca
inaugurar estas crónicas patanistas mientras suena en el CD Venecia sin tu amor, de Charles
Aznavour… el sereno canal, de romántica
luz… en fin. El texto del cartel es muy explícito y no casa demasiado con
el lirismo arrebatado del cantante francés… una
góndola va, cobijando un amor… El jovent seguem arran… e inmediatamente me
viene al magín Hotel Ruanda, una peli
estremecedora que muchos habrán visto, y eso que el director tiene la
delicadeza de ahorrarnos el trinchamiento de cuerpos a gran escala que se
desató en aquel país africano.
Manejar un
machete no es tan sencillo y si no que se lo pregunten a los brigadistas de las
zafras cubanas. Sólo los más experimentados descargan los golpes con precisión…
si acertar a la caña de azúcar, inmóvil, requiere una cierta destreza,
imaginemos lo que es despedazar a un ser humano que ve acercarse la
ensangrentada hoja de metal: grita, aúlla, llora, interpone los brazos, se
revuelve cuanto puede aunque le sujeten entre un par de matarifes, suelta
patadas… pero el machetazo que hiende la garganta o parte en dos la cocorota,
llega inevitablemente.
Nuestros
jóvenes de Arran, suponemos, respetuosos
con las tradiciones aborígenes, prefieren la hoz, bon cop de falç, al machete, herramienta propia de latitudes
tropicales. Me duele todo el cuerpo sólo de pensar que un día lleven su divisa
a la práctica más allá de esa sanguinaria metáfora. No me los figuro muy capaces
en el desempeño agrícola y sospecho que no distinguen un apero de labranza de
una bombilla. La escabechina que podrían armar sería de las que hacen época. Me
complacería por una vez que los chicos de Arran,
como tantos jóvenes, dedicaran todo el santo día a enviar mensajitos por el
celular, aunque sean de esos picantes… total, hay buenas ofertas en el mercado
y el entretenimiento no sale tan caro.
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