
La intención es ocasionar un grave perjuicio económico a España, pues un
paro de una semana no es cosa de broma. La pega es que el perjuicio económico
que causaría a su vez a Cataluña, de tener algún eco su huelga interminable,
sería de aúpa. No se acaba de entender esa sublime táctica de dañar al rival,
autolesionándose uno mismo. Que es como si el defensa de un equipo de fútbol
pretende frenar al adversario propinándole un puntapié en el trasero a su
propio guardameta. Algo así como los comandos suicidas de liberación de La vida de Brian. Patanismo en estado puro, quintaesencia hebefreno-catatónica. Dicen
de Junqueras que es un lince, un gran estratega de la política, el hombre del
momento, vamos… y todo apunta a que se llevará el gato al agua en las próximas
elecciones, sean o no plebiscitarias. Circunstancia que traslada una idea
aproximada del nivel, francamente mejorable, del paisanaje.
Ante semejante anuncio uno se imagina los temblores, que ni el baile de
san Vito, que le deben de entrar a ese amplio segmento de orden de la sociedad
catalana, de pequeños industriales y comerciantes. Ya lo dijo en su día Josep
Pla: la política doméstica se ha
distinguido desde hace décadas por su componente manicomial. La ubuesca
patapolítica indígena deja en paños
menores nuestras burlas inocentes. A lo que vamos, han transcurrido unos días
desde que Junqueras doblara la apuesta y los sindicatos no dicen ni mu, acaso
por amarrar prebendas futuras, y transigen con una “vaga” un tanto vaga con aires de reedición de la Semana Trágica. Lo
que deja claro el desplante de Junqueras es que no se violenta la ley sin sacrificios,
pues antes o después toca elevar el tono, eso se filtra a la convivencia
cotidiana y se traduce, muchas veces, en episodios de violencia. Permanezcan
atentos a esta patánica pantalla… qué
añito nos espera… aquí no cabe un tonto más…
Junqueras amenaza con "parar la economía catalana" una semana para presionar a España