sábado, 6 de julio de 2013

Juan come peras o La Generalitat eleva la dificultad de los exámenes en catalán


La Generalitat eleva la dificultad de los exámenes en catalán 

Las pruebas de evaluación de las competencias básicas realizadas el pasado mes de mayo por la Consejería de Enseñanza de la Generalitat a los alumnos de sexto de Primaria son "notablemente más sencillas" en el caso de Lengua Española que en el de la Lengua Catalana.
Análisis morfosintáctico de la oración Juan come peras. 

Ésta es una de las preguntas del examen final de la asignatura de Lengua Española que, mordiéndose los labios por su extrema dificultad, han de responder los alumnos catalanes de la ESO. Si la complicación no fuera poca, en la prueba de comprensión lectora han de indicar cuál de las tres siguientes palabras no es sinónimo de las otras dos: burro, asno y submarino.

Y claro, te sacan unas notas que es un primor, contrariamente a lo que sucede con el examen de Lengua Catalana, donde les cosen a preguntas sobre el indescifrable enigma de los pronombres débiles (pronoms febles), y, para que suden la gota gorda, les atizan unos parrafitos del Tractatus Logico-Philosophicus de Wittgenstein. Tan burdo ardite sirve a la consejera Rigau, gran autoridad pedagógica y meritoria candidata al título honorífico Patán del Año, para concluir que los alumnos catalanes tienen un nivel de Lengua Española, con dos horitas semanales, superior a la media nacional. La conclusión es obvia: la inmersión obligatoria se queda corta, no da los frutos esperados, tras un chorro de años de dar la brasa con esa milonga, y hay que potenciarla aún más.

La trampa, propia de patanes del quince, es de traca. Y aún así hay quien le da crédito, lo que traslada una idea aproximada del nivel del paisanaje. Si eso fuera cierto, que con dos horas en español nuestros chicos tienen mayor conocimiento de la citada lengua que los escolares burgaleses que en ella reciben todas sus materias académicas,  2 horas frente a 25, estableceríamos una ratio de superior aprovechamiento de un 1.250%. Con un minuto de clase rinden lo que otros en casi un cuarto de hora. 

Nuestros alumnos amenazan con dominar lenguas extranjeras como el francés o el inglés más fluidamente que los naturales de esos países con tres o cuatro horas semanales. Y, basándonos en esa misma comparativa, nuestros párvulos solucionarán ecuaciones y logaritmos neperianos mientras los demás aprenden a contar del uno al diez con palitos o cucuruchos de almendras garrapiñadas. La consecuencia, evidente: nuestras promociones de escolares sometidas a la inmersión monolingüe en la escuela pública coparán a la vuelta de unos años la totalidad de los premios Nobel. Y, por ende, los potentados del ancho mundo ya no matricularán a sus hijos en Eton, en el Colegio Alemán de Barcelona o en Hogwarts, el cole de Harry Potter… nada de eso, se darán de hostias por apuntarlos en la escuela pública de Masquefa o en el IES Sant Jordi de Navàs, sin ir más lejos.  Aquí no cabe un tonto más… o sí, dado que somos capaces de embutir en los 90.000 metros cuadrados del Paseo de Gracia la nadería de dos millones de personas, a razón de 22’2 personas por metro cuadrado… y cuela.      

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