La Generalitat eleva la dificultad de los exámenes en catalán
Las pruebas de evaluación de las competencias básicas realizadas el
pasado mes de mayo por la Consejería de Enseñanza de la Generalitat a
los alumnos de sexto de Primaria son "notablemente más sencillas" en el
caso de Lengua Española que en el de la Lengua Catalana.
Análisis
morfosintáctico de la oración Juan come
peras.
Ésta es una de las preguntas del examen final de la asignatura de
Lengua Española que, mordiéndose los labios por su extrema dificultad, han de responder
los alumnos catalanes de la ESO. Si la
complicación no fuera poca, en la prueba de comprensión lectora han de indicar
cuál de las tres siguientes palabras no es sinónimo de las otras dos: burro, asno y submarino.
Y claro, te
sacan unas notas que es un primor, contrariamente a lo que sucede con el examen
de Lengua Catalana, donde les cosen a preguntas sobre el indescifrable enigma
de los pronombres débiles (pronoms febles),
y, para que suden la gota gorda, les atizan unos parrafitos del Tractatus Logico-Philosophicus de Wittgenstein.
Tan burdo ardite sirve a la consejera Rigau, gran autoridad pedagógica y
meritoria candidata al título honorífico Patán
del Año, para concluir que los alumnos catalanes tienen un nivel de Lengua
Española, con dos horitas semanales, superior a la media nacional. La
conclusión es obvia: la inmersión obligatoria se queda corta, no da los frutos
esperados, tras un chorro de años de dar la brasa con esa milonga, y hay que
potenciarla aún más.
La trampa,
propia de patanes del quince, es de traca. Y aún así hay quien le da crédito,
lo que traslada una idea aproximada del nivel del paisanaje. Si eso fuera cierto,
que con dos horas en español nuestros chicos tienen mayor conocimiento de la
citada lengua que los escolares burgaleses que en ella reciben todas sus materias
académicas, 2 horas frente a 25, estableceríamos
una ratio de superior aprovechamiento de un 1.250%. Con un minuto de clase
rinden lo que otros en casi un cuarto de hora.
Nuestros
alumnos amenazan con dominar lenguas extranjeras como el francés o el inglés más
fluidamente que los naturales de esos países con tres o cuatro horas semanales.
Y, basándonos en esa misma comparativa, nuestros párvulos solucionarán
ecuaciones y logaritmos neperianos mientras los demás aprenden a contar del uno
al diez con palitos o cucuruchos de almendras garrapiñadas. La consecuencia, evidente:
nuestras promociones de escolares
sometidas a la inmersión monolingüe en la escuela pública coparán a la vuelta
de unos años la totalidad de los premios Nobel. Y, por ende, los potentados
del ancho mundo ya no matricularán a sus hijos en Eton, en el Colegio Alemán de
Barcelona o en Hogwarts, el cole de Harry Potter… nada de eso, se darán de
hostias por apuntarlos en la escuela pública de Masquefa o en el IES Sant Jordi de Navàs, sin ir más
lejos. Aquí no cabe un tonto más… o sí,
dado que somos capaces de embutir en los 90.000 metros
cuadrados del Paseo de Gracia la nadería de dos millones
de personas, a razón de 22’2 personas por metro cuadrado… y cuela.
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