
Hace unos
días echaron por la tele una película, Napola,
del director Dennis Gansel, el mismo de La Ola,
que tuvo bastante éxito en las salas comerciales hará cosa de cuatro o cinco
años. La emisión de la película en TVE 2 coincidió con la polémica sobre la
abducción a gran escala de los escolares catalanes sometidos en las aulas a la
inmersión lingüística y doctrinal obligatorias.
Las napola eran las escuelas creadas por el
régimen nazi para adoctrinar a los chicos y formar los cuadros de mando que
habrían de regir los destinos de la nación y del pomposamente llamado imperio de los mil años. Es decir, la
élite del NSDAP. El régimen nazi
sabía que la educación era una de las piedras angulares para blindar su sistema
y por eso volcaron todo su empeño en ahormar pedagogía y contenidos académicos
a sus propósitos. Las napola eran,
pues, herramientas fundamentales para la transmisión del espíritu nazi a las
futuras generaciones y proceder a la construcción nacional… socialista.
Esa
metodología, salvando las distancias, no ha desaparecido del todo. E irrumpen
en escena sujetos que copian el referido experimento. Es el caso de frau Rigau, y de sus patánicos
antecesores en el cargo. Y los frutos nos los sirve en bandeja el espacio Info.K, de TV3, emitido al día siguiente
de la Diada
encadenada y que el órgano llamado CAC, curtido en las subalternas artes de
la mamporrería, ha avalado por su idoneidad sin tacha gracias al voto de (pésima) calidad de su presidente.
Cuando en
su día asistimos al estreno de La Ola, Die Welle, ya nos pareció que la
descripción del concepto autocracia
que formula el profe, protagonista de la peli, constituía un formidable, actualizado y exacto
paralelismo con nuestro sistema aborigen. El guionista nos conoce bien. Y con Napola hemos tenido la misma sensación. A
nuestros hijos no les ponen uniforme, guerrera, brazalete, cierto, pero les
uniformizan las neuronas, las emociones y también las mejillas pintarrajeadas
con esos chafarrinones como de hooligans
de un equipo de fútbol. España, dice Clara, nuestra niña-napola, doce añitos, tendrá que rendirse. Luce, risueña, las
pinturas tribales de guerra donde habrían de refulgir, como soles, sus pecas.